El pasado fin de semana del 12 al 14 de febrero tuvo lugar el último módulo de la Formación en Terapia de Sonido impartida por Román García Lampaya y Rafael Monsonís, en este caso en
el marco incomparable de Diafanum, un espacio mágico ubicado en plena
sierra de Gredos, en contacto con la naturaleza y los "seres del
bosque".
Ha sido un fin de semana muy intenso y de grandes
removidas, aperturas y asentamiento del trabajo realizado en los últimos
meses. Realmente esta formación ha sido una de las experiencias más
bonitas y enriquecedoras que haya vivido hasta este momento. Hemos aprendido
técnicas y protocolos de trabajo tanto con los cuencos cantores como también
con la voz, sin olvidarnos del cuerpo. En este módulo hemos tenido, por ejemplo, nuestra iniciación en el giro sufí derviche, una experiencia irrepetible e inolvidable que ya estoy deseando volver a repetir.
Sin embargo, lo que ha hecho
de esta formación algo tan especial es que no se ha
"limitado" a darnos un compendio de técnicas y ejercicios, sino que nos ha ayudado a mirar hacia dentro, tomar
conciencia de nuestro interior y fomentar así el trabajo interno con nosotros mismos.
Personalmente, suelo evitar referirme a mí mismo como "terapeuta",
ya que considero que, para serlo realmente, uno tiene que haberse trabajado mucho internamente y estar en un estado de consciencia y conexión con su Ser. No es, en definitiva, algo que pueda, ni deba, tomarse a la ligera.
En este momento de mi camino por la senda del Sonido soy ya consciente de que en realidad, lo que sana no es el
cuenco, sino el Ser. El cuenco es una herramienta para que la persona
tome consciencia y retorne a su Ser. Y es que, mientras no lo hagamos,
no estaremos libres de enfermedad, de sentimientos negativos parasitarios y de, en definitiva, ese "constante y asfixiante caudal improductivo de pensamientos".
Ayer fui
testigo, durante una terapia con cuencos, de lo profundamente sanadores
que pueden llegar a ser estos instrumentos a la hora de hacer liberar y transmutar todo aquello que llevamos
dentro. Fue una experiencia bastante impactante
para mí, pero a la vez fue también un regalo, ya que me hizo constatar hasta qué
punto cambia el trabajo con estos sagrados instrumentos cuando estás en
contacto con tu Ser en lugar de tu mente. Ha supuesto, por tanto, un importante
punto de inflexión en mi trabajo con los cuencos cantores y su uso en
terapia, y es éste uno de los grandes regalos que me llevo de esta formación.
Realmente concibo los cuencos cantores como espejos, dado que reflejan nuestro propio estado interior cuando trabajamos con ellos. Desnudan el alma, exponiendo nuestras debilidades e inseguridades cuando estamos en el
plano mental, o canalizando la luz de nuestro Ser cuando estamos en nosotros mismos,
CONECTADOS. No hay, por tanto, forma de engañarlos. Yo mismo soy consciente, durante
un concierto, cuándo estoy conectado y cuándo no.
El acto de percutir un cuenco o un gong se asemeja, en realidad, a cada
golpe de cincel y martillo que da el escultor sobre la piedra. En este
caso, es nuestro Ser el que se encuentra oculto tras un enorme bloque de
cemento. Nuestro deber es pulir y labrar ese bloque, quitar piedra,
hasta que ese Ser que se esconde dentro vuelva a aflorar. Con los
cuencos, por tanto, lo que hacemos no es otra cosa sino refinar el Ser,
quitar las impurezas y lo que nos impide brillar, creando "grietas" a
través de las cuales la luz de nuestra alma pueda irradiar. Es un
trabajo doloroso a veces, pero necesario.
Una de mis mayores
motivaciones en los conciertos que doy es la de conseguir compartir
toda la paz y belleza que me transmiten los cuencos cantores con los
demás. Estoy, como me han apuntado, acertadamente, en la formación,
"buscando mi sonido". Y así es. Aún no lo he encontrado del todo, pero
confío en que tarde o temprano acabaré consiguiéndolo. Es cuestión de
confianza en uno mismo, de perseverancia, de trabajo interior... de modo
que podamos servir de canal al mensaje que los cuencos nos ofrecen.
Una vez que hube completado mi anterior Formación hace más de dos años era consciente de que aún no estaba preparado para
impartir talleres exclusivamente dedicados a los cuencos, ya que necesitaba un tiempo de
asimilación y trabajo personal con dichos instrumentos, de hacerme a
ellos, de experimentar con ellos. Y aunque considero que todavía no estoy
sino rascando la punta del iceberg, ahora mismo sí me veo ya preparado
para empezar a formar a todas aquellas personas que así lo sientan, aunque sea a un nivel
básico, en estos instrumentos. Este año, por tanto, marcará un importante
punto de inflexión en mi vida como "cuenquero".
Estamos en un
momento ideal para crecer, trabajarnos, compartir,
formarnos nosotros mismos y formar a los demás, transmitiendo el hermoso mensaje que estos
instrumentos tienen para nosotros. Y en ese proceso me encuentro ahora
mismo, preparado ya para empezar una nueva etapa en mi camino de
crecimiento interior, guiado, como siempre, por el maravilloso sonido
de los cuencos cantores del Himalaya. Namasté.
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