lunes, 15 de febrero de 2016

Terapia de Sonido en Diafanum


El pasado fin de semana del 12 al 14 de febrero tuvo lugar el último módulo de la Formación en Terapia de Sonido impartida por Román García Lampaya y Rafael Monsonís, en este caso en el marco incomparable de Diafanum, un espacio mágico ubicado en plena sierra de Gredos, en contacto con la naturaleza y los "seres del bosque".

Ha sido un fin de semana muy intenso y de grandes removidas, aperturas y asentamiento del trabajo realizado en los últimos meses. Realmente esta formación ha sido una de las experiencias más bonitas y enriquecedoras que haya vivido hasta este momento. Hemos aprendido técnicas y protocolos de trabajo tanto con los cuencos cantores como también con la voz, sin olvidarnos del cuerpo. En este módulo hemos tenido, por ejemplo, nuestra iniciación en el giro sufí derviche, una experiencia irrepetible e inolvidable que ya estoy deseando volver a repetir.


Sin embargo, lo que ha hecho de esta formación algo tan especial es que no se ha "limitado" a darnos un compendio de técnicas y ejercicios, sino que nos ha ayudado a mirar hacia dentro, tomar conciencia de nuestro interior y fomentar así el trabajo interno con nosotros mismos. Personalmente, suelo evitar referirme a mí mismo como "terapeuta", ya que considero que, para serlo realmente, uno tiene que haberse trabajado mucho internamente y estar en un estado de consciencia y conexión con su Ser. No es, en definitiva, algo que pueda, ni deba, tomarse a la ligera.


En este momento de mi camino por la senda del Sonido soy ya consciente de que en realidad, lo que sana no es el cuenco, sino el Ser. El cuenco es una herramienta para que la persona tome consciencia y retorne a su Ser. Y es que, mientras no lo hagamos, no estaremos libres de enfermedad, de sentimientos negativos parasitarios y de, en definitiva, ese "constante y asfixiante caudal improductivo de pensamientos". 


Ayer fui testigo, durante una terapia con cuencos, de lo profundamente sanadores que pueden llegar a ser estos instrumentos a la hora de hacer liberar y transmutar todo aquello que llevamos dentro. Fue una experiencia bastante impactante para mí, pero a la vez fue también un regalo, ya que me hizo constatar hasta qué punto cambia el trabajo con estos sagrados instrumentos cuando estás en contacto con tu Ser en lugar de tu mente. Ha supuesto, por tanto, un importante punto de inflexión en mi trabajo con los cuencos cantores y su uso en terapia, y es éste uno de los grandes regalos que me llevo de esta formación.


Realmente concibo los cuencos cantores como espejos, dado que reflejan nuestro propio estado interior cuando trabajamos con ellos. Desnudan el alma, exponiendo nuestras debilidades e inseguridades cuando estamos en el plano mental, o canalizando la luz de nuestro Ser cuando estamos en nosotros mismos, CONECTADOS. No hay, por tanto, forma de engañarlos. Yo mismo soy consciente, durante un concierto, cuándo estoy conectado y cuándo no.


El acto de percutir un cuenco o un gong se asemeja, en realidad, a cada golpe de cincel y martillo que da el escultor sobre la piedra. En este caso, es nuestro Ser el que se encuentra oculto tras un enorme bloque de cemento. Nuestro deber es pulir y labrar ese bloque, quitar piedra, hasta que ese Ser que se esconde dentro vuelva a aflorar. Con los cuencos, por tanto, lo que hacemos no es otra cosa sino refinar el Ser, quitar las impurezas y lo que nos impide brillar, creando "grietas" a través de las cuales la luz de nuestra alma pueda irradiar. Es un trabajo doloroso a veces, pero necesario.


Una de mis mayores motivaciones en los conciertos que doy es la de conseguir compartir toda la paz y belleza que me transmiten los cuencos cantores con los demás. Estoy, como me han apuntado, acertadamente, en la formación, "buscando mi sonido". Y así es. Aún no lo he encontrado del todo, pero confío en que tarde o temprano acabaré consiguiéndolo. Es cuestión de confianza en uno mismo, de perseverancia, de trabajo interior... de modo que podamos servir de canal al mensaje que los cuencos nos ofrecen. 


Una vez que hube completado mi anterior Formación hace más de dos años era consciente de que aún no estaba preparado para impartir talleres exclusivamente dedicados a los cuencos, ya que necesitaba un tiempo de asimilación y trabajo personal con dichos instrumentos, de hacerme a ellos, de experimentar con ellos. Y aunque considero que todavía no estoy sino rascando la punta del iceberg, ahora mismo sí me veo ya preparado para empezar a formar a todas aquellas personas que así lo sientan, aunque sea a un nivel básico, en estos instrumentos. Este año, por tanto, marcará un importante punto de inflexión en mi vida como "cuenquero".


Estamos en un momento ideal para crecer, trabajarnos, compartir, formarnos nosotros mismos y formar a los demás, transmitiendo el hermoso mensaje que estos instrumentos tienen para nosotros. Y en ese proceso me encuentro ahora mismo, preparado ya para empezar una nueva etapa en mi camino de crecimiento interior, guiado, como siempre, por el maravilloso sonido de los cuencos cantores del Himalaya. Namasté.


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