Los cuencos cantores o gongs... en realidad, no hay que
tocarlos. Hay que dejar que se expresen... que canten por sí mismos. De esa manera, permitimos que obren su magia, porque estamos soltando el control y la necesidad de
dirigirlos. Una de las lecciones más importantes por aprender es la necesidad de
"soltar" el control. Otra es la necesidad de obrar con una sutileza cada vez mayor.
Esta comprensión es aún más importante en un instrumento
de poder como es el gong. Es muy fácil caer en la
tentación de pretender "golpear" el gong, o en la ilusión de querer "dirigirlo". Quizás resulte
más adecuado hablar de "despertar al gong", acariciándolo con
suavidad, permitimos que éste vaya despertando poco a poco de su letargo, tomándose el
tiempo que necesite para desarrollarse... sin expectativas... sin buscar ningún resultado. Al fin y al cabo, no somos más que simples canales, siempre al
servicio del Sonido. Esto, por supuesto, es toda una prueba para el ego, atrapado siempre en la
necesidad de dirigir y controlar. Y en este estado de rendición absoluta, quizás
pueda ocurrir que el gong florezca y te regale una plétora de tonos
celestiales, como si un coro angelical estuviera cantando sólo para ti... pero en última instancia
esto dependerá de la simbiosis que se dé entre el instrumento y la persona
con la que se está comunicando.
Es una sinergia divina. Cuanto más suave
tocas, más percibes... más detalles, más sutilezas. Y cuanto más te
abres a escuchar estos sonidos, más estás permitiendo que emerja y
aflore tu Maestro interior... aquél que actúa según su propia
intuición. Ése es el gran regalo que nos ofrecen estos maravillosos
instrumentos... nos permiten contactar con quienes Somos realmente...
pero para ello hay que soltar antes lo que no Somos. En ese momento, hacer sonar un cuenco cantor o
un gong se convierte en un acto Sagrado, un Retorno a la Esencia más
Pura de nuestro Ser. (Jhebara Das)
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