Izu era un asceta que, renunciando a las riquezas del
mundo y decidido a encontrarse a sí mismo, se instaló con un cuenco de
madera, una cuchara y una vieja túnica en las montañas de la cordillera
del Himalaya. Allí, en una árida explanada, cerraba los ojos escuchando
los cantos de los pájaros, el sonido de los vientos y el rugir de las
aguas de una cascada cercana. Así pasó meses, incluso años. En silencio
escuchaba y meditaba las palabras invisibles de los elementos.